En esos momentos, luego de ser llevado de un lado a otro, como quien no tiene valor a los ojos de los demás, con la mirada baja y en calma, solo esperando como el cordero que será llevado al matadero, aguarda.
A su lado un maleante, persona no grata ni siquiera para los propios. Sorprendido y extasiado de como su nombre retumba ante el jucio de la muchedumbre solicitando su libertad. Victorioso se levanta, burlesco ante sus sentenciadores, pues el pueblo ha hablado. Su nombre Barrabás.
Al no tener mas pretextos, el hombre de nombre Poncio Pilatos, no le queda mas remedio que liberar al culpable de tantas fechorías; mientras que el cordero aguarda su camino al matadero. Tomará el castigo del que hoy es liberado y en su lugar hará suyos esos latigos y ese dolor de camino a la cruz.
Pero antes de iniciar su recorrido, sus miradas se han de cruzar. Mientras el culpable apenas y sostiene su mirada en la de él. Jesús, el inocente le mira con un peculiar sentimiento. El de un amor incondicional; que retumba en lo mas profundo de cualquer alma y rompe la dureza de las cadenas, desquebrajando al mas frío corazón.
Se aleja Jesús, como el cordero por inmolar, su destino le espera. Uno adoptado para la salvación del mundo, un mundo que parece no ver ni escuchar.
Sin embargo Barrabás ya no será el mismo, esa mirada que fue tan fugaz, bastó para él solo unos segundos, y no volvería a ser el mismo jamás.
Barrabás, un nombre peculiar que desde el antiguo hebreo parece llevar en él, el destino de una generación que trascederá mas allá de lo que pudiésemos imaginar.
Bar-Abbas, curioso origen bíblico que en su propio nombre lleva su profecía personal. Bar-Abbas, hijo del padre. Ese hijo rebelde que se aleja de la protección del padre con tal de hacer su propia voluntad. Perdiéndose en sus vicios y adicciones, en la embriagues de un libertinaje hasta hundirse cada vez mas en una oscuridad de la cual podría no tener retorno.
Es ahí donde el Padre, entrega a su Hijo unigenito, en rescate de aquellos que por amor divino quiso llamar de forma filial, hijos míos. En esa mirada que se curzaron por unos momentos Jesús y el hijo del padre, fue que cambiaron destinos para que Dios mismo cargara con nuestros pecados y nos diera la libertad nuevamente de amar sin condición.
Hoy Jesús caminó en pos de un destino que no era suyo y sin embargo, por amor Paternal, aceptó para si mismo y se entregó a las consecuencias finales que llevarían a la muerte natural. Una muerte que era nuestra y que por amor, tomo para sí mismo; entregándose y regalándonos a nosotros su divinidad para volvernos hijos adoptivos del Padre.
Barrabás somos hoy cada uno de nosotros, perdidos en nuestros errores, ahogados en nuestras culpas, sumergidos en los vicios sociales, dejándonos seducir por los placeres superficiales del momento actual. Somos Barrabás esperando nuestro castigo final en un lugar donde el mundo nos aplaude por nuestra perdición. Hasta que nos crucemos con el Nazareno, y de su mirada de amor, brote ese puente de esperanza que nos lanza hacia Dios y su perdón.
Gonzalo Sotelo